
La ciudad estaba brava
y él se armó un fortín.
Una cámara en la reja,
otra en el balcón,
un sultán amaestrado
suelto en el jardín;
fue tan raro despertarse
sin su corazón.
pacífica y desnuda le robó el amor,
le pudo controlar las venas y el afán
de andar por soledades de café y diván.
Seguía ahí,
durmiéndole la cama sin mostrar pudor,
las piernas al azar bailando en el sillón,
y ni siquiera oyó ladrar al can.
Él, dormía bajo llaves
y sin olvidar
la cuchilla de cocina
bajo el almohadón.
Siempre alerta y convencido
de poder zafar,
no quería ser alguno
más de aquél montón.
Incluído en el cd Anclada al paraíso, de Paola Schiavoni.
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