Entre ellos, la verdad
La mujer y el abogado
se solían encontrar
en un barcito del centro,
cerca de La Catedral.
Ella vestía modesto,
le brotaba la humildad;
apenas para el pasaje
le acostumbraba alcanzar.
Él asomaba apurado,
siempre llegaba detrás
renovando las disculpas
que ella solía aceptar.
Ya llevaban muchos años
de verse en aquel lugar;
tantos, que hasta hubo palabras
halladas sin pronunciar.
Él la miraba a los ojos,
no era necesario más,
mientras buscaba respuestas
en su oculta intimidad.
Respuestas que no tenía,
-o que elegía callar-,
para no herir a una madre
ansiosa de la verdad.
Ella guardaba sollozos
en pañuelos de cristal
que al besar sus intuiciones
se bautizaban en sal.
Aunque pasó mucho tiempo
nunca pensó en claudicar;
la razón de su porfía:
¡Justicia!, no pedía más.
Saludaba al abogado
y partía del lugar
dejando el café inconcluso,
enfermo de impunidad.
Pero un jueves el letrado
a ella quiso acompañar
y marcharon a La Plaza
a buscar la dignidad.