
Un hilo de luz que filtra
entre las chapas,
perturba tus pupilas enrojecidas.
Molesto, entreabres los ojos varias veces;
el vino hizo su parte.
Inmóvil, rodeas la casilla
con sólo una mirada, un vistazo,
un instinto te sobra.
Para qué levantarse, te preguntas.
El frío penetra el pensamiento.
Te asusta el nuevo día
que debería alegrarte.
Es que es muy caro para ti el destino
y te cobra con crueldad su factura la vida.
Le pones coraje a tu flaqueza y te levantas.
Los chicos,
sus caras inocentes descansan, sueñan...
más que tu.
Te agachas suavemente y los arropas;
cobijas desgastadas.
Uno, dos, tres pasos...
la cocina, todo en el mismo cuadro
cargado de silencios.
Tiemblas.
Desafía el viento las paredes escasas,
como el pan y el trabajo.
Tan débil e ignorante
te recogió la calle
y es por eso que gozas tener una familia.
Pero tu amor no está,
por las noches trabaja,
de mañana la esperas
con un mate lavado,
tibiecito, de agua no muy clara.
La pava sobre el brasero
muestra sin vergüenza su tez negra
por el fuego.
Te pesa enormemente tu condición humana.
La villa duerme.
Se escucha una sirena,
ruido que forma parte del paisaje.
Ella aún no llega.
Tendrás que ahondar coraje
y salir al pasillo, orinar en la calle.
Echarás la última mirada a tus cachorros,
apagarás la lumbre
y dejarás atrás el calor de las chapas...
Otra jornada más de pelearle a la vida,
de rebuscar la changa.