Instintivamente miró sus manos frías: nada; ni un vestigio de sangre sobre el despótico temblor...
La escena trastornaba la atmósfera del cuarto; ni el retrato agreste del jardín pintado en la única ventana que no advirtió, lograba ennoblecer su sacudida humanidad.
Y se encontró tan solo, estallado en la trampa que él mismo organizó, en fecha y hora exactas, cuando se puso a expensas de la provocación..
No llevó mucho tiempo ni demasiada destreza la estructura. No hicieron falta excusas ni rencores. Un juego, eso, un popular y fatal juego que penetró sus debilidades más profundas y se apropió de su apagada voluntad.
Cuando hubo acabado de cerrar la última ventana, ya con la habitación en completo silencio, desvió su exhausta mirada y acercó los ateridos dedos al calefactor.
Luego, de un tirón, desconectó la P. C. sin respetar los laberintos de apagado, se levantó y encaminó hacia la ventana tarareando “Sólo le pido a Dios…”
La pólvora le olía a sahumerio de violetas.
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